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Toda actividad humana, para ser digna, debe basarse en un conocimiento ético que sustente principios morales elevados. La caza deportiva, por su propia naturaleza y esencia (soledad, esfuerzo, conocimiento de la naturaleza y empleo de armas), requiere un riguroso código de honor que se llevan en la moral y la conciencia. Al cazar se está solo, no hay autoridad que contemple y controle nuestra conducta. El cazador debe tener muy claro el uso de los medios y métodos de caza, es así que se comienza por la fidelidad hacia la ley y el reglamento que regula la caza deportiva. Así también tiene otra ley que cumplir, la cual está adherida firmemente a los principios morales, que solo la conciencia la sustenta y juzga. El juego limpio que otorgue a la presa todas las posibilidades de defensa, y que no invaliden uno o más sentidos del animal por el uso de medios técnicos. Utilizar la razón y el conocimiento del cazador, contra el formidable equipo sensorial y el poderoso instinto de sobrevivencia de la pieza buscada; ¡Es el verdadero deporte y goce de la cacería! Así mismo, el empleo del arma está sujeto a una regla básica: “No disparar sin la humana certeza de batir la presa al primer disparo”. Ocurrido esto, queda la consideración de que se abate al animal que ha alcanzado su máximo desarrollo, y ha dejado sus genes en el medio, luego del cual comenzará a declinar. Estas consideraciones éticas de la caza, pretenden distinguir entre cazador y un matador. Caza, el que se ciñe rigurosamente al código moral que rige esta actividad deportiva. Mata el que no lo hace, o lo hace a medias. Si contraviene a esta norma, es un depredador imputable de graves sanciones legales y total condena moral.

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